martes, 22 de diciembre de 2009





Elvira




Llegó de España cuando tendría siete u ocho años. Sólo están sus recuerdos y lo que le dijeron en la casa donde sus padres la abandonaron como criada.


Vivió siempre en el campo, nunca tuvo documento y algo tan simple para ella fue el drama de su vida.


Cuando conoció al hombre con quien compartiría su vida y tendría sus hijos no pudo casarse por no tenerlos, cuando uno de sus hijos se casaba, a último momento no pudo salir de madrina por el mismo motivo.


Luego, cuando falleció su esposo, decidió tramitar su documento a través de la justicia pero cuando el Secretario del Juzgado le pidió fecha de ingreso al país no sabía, barco en el que viajó... tampoco.


No había forma de resolver la situación, sus huellas dactilares estaban borradas... Había trabajado tanto, hasta ordeñando vacas en el campo, desde pequeña, que hasta se habían borrado.


El Secretario entendió que había que buscar una solución y por eso decidio estudiar mil posibilidades hasta que encontró una y a partir de allí consiguió orientar todo el expediente para que pudiera tramitar el tan ansiado documento.


El día que logró tener su documento comenzó el cambio de su vida, a los sesenta años se pudo anotar en una escuela y hoy, con setenta y dos años, escribe, lee y hasta dialoga con más soltura y simpatía.


Elvira hoy es feliz, siente que existe, que puede hacer lo que quiera pues ella también tiene su documento y hasta puede firmar.

Esta poesía es un homenaje a todas las madres que anónimamente trabajan por sus hijos y por su familia.

No recuerdo los minutos

No recuerdo los minutos
solo el paso del tiempo.
En las noches crudas de invierno
Aun tengo en mis ojos
el sorbo de leche chocolatada
dibujada en la cara de mi hijo...
Su agradecimiento constante,
el desfile de sus amigos
y los cuadernos esparcidos
en la mesa de la cocina.
El deleite de lo cotidiano
Inundándome a cada momento
en cada lugar... de mi vida
El deseo de que los minutos se detengan,
el niño nuestro no crezca
y que la imagen grabe
este presente feliz de la vida nuestra.

domingo, 20 de diciembre de 2009


María



Podríamos llamarla María, en realidad no recuerdo su nombre.

Tez oscura, ojos dulces, sonrisa bella... era totalmente inmadura. Creo que tendría alrededor de cuarenta años pero su carita era aniñada, infantil, no parecía normal si por normal entendemos al ser humano con capacidad caritativa, sentido común y capacidad de amar.

Caminaba todo el día, siempre pedía para ayudar a su abuela. Vivía lejos del centro pero venía todos los días a la Municipalidad para buscar algún dinero.

A todos los que trabajábamos en la Oficina nos conquistó el día que quiso sacarse una foto junto a nosotros.

Por un tiempo no la vimos, cuando la volvimos a encontrar nos enteramos que había tenido un bebé. No quisimos indagar sobre el padre del bebé pues sabíamos que había sido producto de algún humano normal pero salvaje.

Después que tuvo a su hijo ya no fue la misma, la vida la había endurecido. Ya no era la misma joven que solíamos ver.

El nacimiento del bebé lejos de alegrarla le había traído problemas, lejos de estar capacitada para criarlo, había venido a aumentar su zozobra económica. Si antes debía cuidar a su abuela, ahora debía procurar el alimento diario también a su hijito, que por otra parte no estaba con mucha lucidez para hacerlo.
María va mi cariño de siempre hacia tí que nos alegrabas las mañanas con tu sonrisa despreocupada, en aquellos días, antes de sufrir la violencia de alguien que no supo ver quien eras en realidad o no le importó averiguarlo...